A casi un año de asumir la presidencia, y después de haber tomado decisiones erróneas, Mauricio Macri debería estar muy satisfecho con el porcentaje de aceptación del que goza. Según Jaime Durán Barba, cualquier otro jefe de Estado latinoamericano, luego de la determinación de devaluar y aumentar las tarifas sin audiencia pública, y en medio de la recesión con inflación, estaría en el peor de los mundos. Un "inframundo" parecido, por ejemplo, al de Dilma Rousseff, quien después implementar el ajustazo no recuperó su popularidad.
Tienen razón Durán Barba y el jefe de Gabinete, Marcos Peña: los resultados de sus encuestas no se parecen en nada a la percepción del círculo rojo, cuyos integrantes tomaron la calificación de 8 que se puso el Presidente como una humorada. Sin embargo, eso no significa que la administración no haya tomado decenas de decisiones equivocadas. ¿A qué se debe semejante desfase entre los datos de satisfacción que esgrime el Gobierno y las críticas recurrentes de los formadores de opinión? A que, aun con todos los errores que viene cometiendo, cuando se compara de manera directa la figura del Presidente con los dirigentes más caracterizados de la oposición, Macri sale ganando o, al menos, empatando. Lo graficó con su contundencia habitual Julio Bárbaro, en el medio de la presentación de La Argentina sakeada, el flamante libro de Fernando Iglesias: "Cada vez que me enojo con Macri pienso lo cerca que estuvo de ganar Scioli y mi ira se disipa para transformarse en tolerancia, paciencia y comprensión". Algo parecido reconoció el líder del Frente Renovador, Sergio Massa, el domingo: "Con Scioli hubiésemos estado peor". Para colmo, las últimas noticias sobre el ex gobernador de la provincia lo terminaron de hundir en una imagen negativa récord, con el agregado de un elemento grave en la imagen de cualquier político: el de alguien que vive en privado de manera muy distinta a la que muestra en público. Como si su existencia completa fuera una gran simulación. También favorece a Macri la comparación directa con la ex presidenta Cristina Kirchner, quien está perdiendo apoyo incluso entre su núcleo duro. La desesperación de su hijo Máximo, quien rescató en público la figura de Florencio Randazzo, Alberto Fernández y otros a los que hasta hace cinco minutos consideraban traidores sin remedio, demuestra que La Cámpora está más cerca de la decadencia que de la resurrección. El uso de impresentables para encabezar operaciones sucias como el "dipuespía" Rodolfo Tailhade, quien se atrevió a denunciar a Margarita Stolbizer por enriquecimiento ilícito -denuncia que fue desestimada, como otra media docena que presentó-, revela que ya perdieron la brújula. Máximo es consciente de que las causas abiertas contra su madre y Scioli van a reducir al Frente para la Victoria a la mínima expresión. Por eso ordena atacar a los periodistas que, con información, afirmamos que es muy probable que antes de fin de año la ex presidenta sea llamada a indagatoria como jefa de una asociación ilícita. Por eso manda a los pocos incondicionales de su patrulla perdida a ensuciar sin pruebas a quienes anticipamos que el fiscal Álvaro Garganta va a pedir la indagatoria de Scioli antes de las Fiestas, si es que llega con el papeleo y los trámites de rigor.
Distinto es el panorama de Sergio Massa, que viene corriendo al Gobierno por izquierda y espera que los dirigentes peronistas que huyen de la foto con Cristina y Máximo lo empiecen a reconocer como el líder a seguir. Como el juego legislativo del ex intendente de Tigre tiende a afectar la gestión presidencial, en el Gobierno trabajan para hacerlo aparecer como un dirigente "poco confiable" e "irresponsable". La reacción del Presidente, de Peña y del ministro de Hacienda, Alfonso Prat-Gay, contra la media sanción en Diputados del proyecto de baja del mínimo no imponible de Ganancias es una movida que no le cae bien al "sistema políticamente correcto", pero fortalece al Gobierno y aporta intención de voto a los candidatos de Cambiemos. Es que ayer Macri, a quien sus adversarios suelen subestimar, colocó a Massa en una misma foto con Máximo y Kicillof y volvió a polarizar a la opinión pública en los mismos términos que le permitieron ganar la segunda vuelta. El ala política que representa Emilio Monzó lamentó la reacción. "Vamos a seguir necesitando a Massa si queremos aprobar leyes", estimó un legislador cercano a él. El Presidente, en cambio, le mandó a decir a su tropa que está dispuesto a vetar cualquier proyecto de ley que implique demagogia, irresponsabilidad o populismo explícito.