¿Con qué nivel de deterioro llegará el Gobierno a las PASO, dentro de 600 días? ¿Cuál será el verdadero humor social horas antes de que los argentinos emitan su voto? Esto es lo que se analiza en los laboratorios electorales de la dirigencia política nacional. Y también se estudia cómo se puede obtener mayor ganancia en este río revuelto. Mauricio Macri, por ejemplo, supone que el enojo de la mayoría con la Presidenta aumentará de manera exponencial. Igual que aumenta el desbarajuste de la economía. Sus operadores manipulan planillas con estadísticas que demostrarían que el rechazo, desde octubre de 2011, nunca se ha detenido. Por el contrario: cada tanto se estaría expresando de manera más contundente. Es decir, después de ciertas "treguas", se producirían nuevos picos de imagen negativa, tanto de la gestión como de la figura de la jefa del Estado. " Mauricio está creciendo mucho en las encuestas por dos razones. La primera es su gestión en la ciudad. Nunca estuvo tan alto el margen de aceptación. En algunos barrios, llega hasta el 80%. Otra es porque es visto como la verdadera oposición al Gobierno, menos oportunista y más coherente que la de (Sergio) Massa ", me dijo uno de los funcionarios del gobierno de la ciudad.
Su crítica al líder del Frente Renovador no es gratuita. Ambos están peleando el voto con el grueso del mismo electorado. Se trataría, del 75% de los argentinos que jamás elegirían a un candidato del Frente para la Victoria. El problema que tiene Pro es que Massa es una "máquina de tirar iniciativas" que conectan con la preocupación de una buena parte de la gente. Es la estrategia de la "campaña permanente", muy parecida a la que desplegó Néstor Kirchner, una vez que asumió la jefatura del Estado con apenas el 22% de los votos. Lo primero que hacía cada mañana era chequear cómo había caído en la opinión pública la decisión que había tomado el día anterior. Y lo último que hacía antes de acostarse era imaginar otra iniciativa que le ayudara a acumular capital político.
Massa funciona igual. Y con un equipo de prensa todavía más efectivo que el que tenía Kirchner. Su frontal oposición al proyecto de cambios al Código Penal y su pelea cuerpo a cuerpo con el juez de la Corte Suprema, Eugenio Zaffaroni, están teniendo un triple efecto positivo en la opinión pública. El primero es que lo ponen en el centro de la escena. Le dan visibilidad mediática, muy por encima de la que le correspondería como uno de los 257 diputados nacionales. El segundo es que parece conectar con el humor social de este minuto. Y el tercero es que pone a los íconos del cristinismo ideológico a la defensiva. Es decir: en posición de tener que explicar. En efecto, Zaffaroni fue un juez de la dictadura. Firmó su nombramiento en pleno acuerdo con los estatutos del denominado Proceso de Reorganización Nacional. Rechazó varios hábeas corpus de familiares de desaparecidos. Fue autor de un libro en el que agradeció a un subsecretario de justicia de la dictadura. Un poco más acá, apareció complicado como el propietario de varios inmuebles que eran usados para ejercer la prostitución y el proxenetismo. Y, como si esto fuera poco, algunos de los fallos que firmó de su puño y letra son tan polémicos, que hasta generan controversia entre los garantistas más serios, porque se consideran, directamente, abolicionistas.
Los hombres de la Presidenta no saben cómo responder la embestida de manera eficiente y en medio de una nueva ola de inseguridad. Prefieren presentar a Zaffaroni como si fuera Ernesto "Che" Guevara. Glorificarlo, como al recientemente fallecido Ernesto Laclau o a Néstor Kirchner. Pero sus antecedentes reales lo colocan en el nivel de cualquier mortal. Fue funcional a la dictadura y después la emparentó con el Holocausto. Comparó el proyecto de reelección indefinida de Kirchner en Santa Cruz con la pretensión de eternidad del nazismo y después aceptó el nombramiento como miembro de la Corte Suprema que le ofreció el entonces presidente. Habla con aires de superioridad moral progresista y libertaria, pero, en la vida real, califica de "histéricas" a jóvenes que irrumpen en medio de una ponencia suya para criticarlo. Y no sólo eso. También exige a las autoridades que las hagan callar y que las saquen del lugar de inmediato. Como si esto fuera poco, para responder al ataque de Massa, lo manda a leer (los) libros, "que no muerden" y, al mismo tiempo, lo califica de vendepatria.
"A nosotros nos cuesta años instalarnos como la verdadera alternativa al oficialismo, y Massa tira dos carpetas y se pone al frente de las encuestas", le oyeron decir al ex presidente de Boca. Similar efecto tuvo para Daniel Scioli la decisión de declarar la emergencia en materia de seguridad. La jugada parece sacada del último manual de estrategia electoral. Con el mero anuncio, el gobernador de la provincia de Buenos Aires mejoró su imagen positiva. "Por lo menos, se ocupa y no niega el problema, como hace el Gobierno"; "Él también es responsable, pero muestra voluntad de querer cambiar las cosas", son los razonamientos que recogieron los focus groups. Sergio Berni, el hombre fuerte de la seguridad nacional, también sabe que lo mejor, para no perder votos, es no negar el problema y mostrarse activo. Por eso trata de convencer a la Presidenta de presentar batalla mediática. Quiere ganarle terreno a Scioli, mojarle la oreja a Massa en su propio distrito y usar la ciudad de Rosario como el laboratorio de la guerra para mostrarle a la sociedad quién se preocupa más por la seguridad de los argentinos. La estrambótica irrupción de Luis D'Elía no parece casual. En medio de una aparente descompensación, D'Elía se preguntó por qué las camaritas de Tigre nunca mostraron a los colombianos de "Narcodelta" y elogió el "espectacular" megaoperativo que Berni lideró en Rosario.
El peronismo está lleno de tipos audaces, dispuestos a inmolarse por el proyecto o por los beneficios personales que la causa les pueda proporcionar. Comparados con ellos, Macri parece un bebe de pecho, y Hermes Binner y Antonio Bonfatti son dirigentes a los que se puede catalogar, por lo menos, de naíf. Ellos discuten la inseguridad y el narcotráfico con las estadísticas oficiales que sus autoridades les proporcionan. En cambio, el gobierno nacional y también el de la provincia toman las que les convienen, porque no están actualizadas o porque las manipulan de acuerdo con su interés. Igual que hicieron con la pobreza, con el Indec y con el último índice de precios al consumidor correspondiente al mes de marzo. "Ganará las elecciones el que mienta mejor o los que consigan demostrar cuánto daño le han hecho a la Argentina tantos años de mentiras", me dijo una encuestadora que trabaja para candidatos de distintos partidos.
Publicado en La Nación