(publicado en El Observador el 1 de enero de 2024) Hace unas horas, después de tratar de entender, sin éxito, qué estrategia política está siguiendo Javier Milei para imponer, contra viento y marea, los cambios que prometió, un analista clásico recibió, de boca del propio presidente, una sorprendente respuesta, que tiene mucho de confesión: "¿Estrategia política? Yo no tengo ninguna. De hecho, yo no sé hacer política".

Milei le pidió a su curioso interlocutor que, para tratar de entender qué intenta, detuviera su mirada en el saludo de Año Nuevo, por cadena nacional. En especial, en la parte en la que preguntó a los legisladores y las distintas corporaciones, si quieren ser “parte del problema o parte de la solución”.

Después insistió en que su idea es polarizar a full entre los honestos y los deshonestos que quieren desarmar el DNU. Según Milei, quieren ejecutar modificaciones “para transformarlo en una ley deshilachada, que puedan negociar, para cobrar sus correspondientes coimas”.

El presidente volvió a citar el slogan de campaña de Patricia Bullrich: “Es todo o es nada”. Y agregó: “Si no, no cambiamos más”. Cuando el analista clásico le preguntó si no tenía en carpeta negociar alguna norma o algún artículo de los más controvertidos o de los menos relevantes, el jefe de Estado reflexionó:
“Si a los malos les dejo cambiar algo, después van a querer negociar todo. O sea: van a paralizar todas las reformas hasta que logren cobrarse las coimas”.
El presidente cree que quienes aducen que el DNU es anticonstitucional, lo usan como una excusa para negociar sus retornos. Piensa que muchos de los que se oponen a sus decisiones no buscan la mejor negociación para favorecer los intereses del país, sino para defender sus propios intereses personales: "Vamos: son todos una manga de chorros que no pueden justificar el blanco”.

Milei está seguro de que, al final del día, sus iniciativas prevalecerán. Porque estima que todos los legisladores, empresarios, sindicalistas y fiscales y jueces que se autoperciben decentes, no van a tener más alternativa que apoyarlo. Es decir: entiende que lo apoyarán no porque amen al nuevo presidente, sino porque no van a querer “quedar pegados a los chorros”. Fue en ese tramo del diálogo cuando el analista le preguntó de quiénes había aprendido tácticas y estrategias para hacer política. Entonces, Milei confesó: “Yo no sé hacer política”. Y remató: “Es Teoría de los Juegos pura”.

Estudiada y aplicada, en principio, para los problemas de matemática, y después a la biología, la política y la Guerra Fría, la teoría entiende al “juego” como una situación de conflicto en la que pugnan intereses contrapuestos de individuos u organizaciones. Un “juego” en el que la decisión de una parte condiciona e influye sobre la decisión que tomará la otra.

Los dos ejemplos clásicos de la Teoría de los Juegos son el Dilema del Prisioneros y el Juego de la Gallina. En el Dilema del Prisionero se interroga a dos personas que cometieron un robo a un banco, a mano armada, en forma separada. La policía sólo está en condiciones de atribuirles el delito de tenencia ilegal de armas, porque no saben dónde está el dinero. Por eso ofrecen a ambos el incentivo de una pena menor, si uno de los dos confiesa donde guardaron el botín.
¿Cuál sería la mejor alternativa para ambos prisioneros ante semejante dilema? La plantea en su teoría del equilibrio John Forbes Nash: la mejor opción que tienen los prisioneros es contar la misma mentira, porque así obtendrán el mayor beneficio, que es la falta de pruebas, para salir en libertad. Sin embargo, para eso, tendrían que tener información previa sobre la estrategia de sus interrogadores.

En el Juego de la Gallina, en cambio, todos tienen la información completa. El juego consiste en crear una fuerte presión psicológica con el objetivo de que uno de los contendientes se eche atrás. El ejemplo clásico es el de dos automovilistas que dirigen su vehículo en dirección al contrario. Así, el primero que se desvía de la trayectoria pierde y es considerado “una gallina” o “un cobarde”. En su momento, Bertrand Russell comparó al juego de la gallina con la escalada nuclear de los Estados Unidos y la Unión Soviética.

Uno de los padres de la criatura del cambio, Federico Sturzenegger, considera que el ejemplo del juego de la gallina es el más apropiado para entender la estrategia de Milei. Sturzenegger está seguro de que el presidente no se va a desviar de su trayectoria por nada del mundo. Que vino para eso y que no le importa el costo político que tenga que pagar.

Dice que ninguno de los que se opone al DNU y el resto de las reformas pueden explicar, a cara descubierta, que lo que defienden, en el fondo, no es la división de poderes, sino a sus negocios y sus privilegios de siempre.

“Y no terminan de entender a Javier, porque el presidente no hace política”, coincidió, antes de despedirse.

Por Luis Majul