¿Puede el sistema carcelario regalar “salidas culturales” a feminicidas famosos, como Eduardo Vázquez, asesinos confesos, como Rubén Oveja Pintos o violadores reincidentes, como Pablo Andrés Bernal, cuando todavía no habían cumplido la mitad de su condena, como marca la ley? ¿Puede el jefe del Servicio Penitenciario, Víctor Hortel, responder primero a la organización Vatayón Militante y luego al resto de sus obligaciones, como si fuera más militante que funcionario público? ¿Es necesario que se disfrace del Hombre Araña o Batman para demostrar el compromiso que en teoría tiene con la reinserción de quienes delinquieron? ¿Se puede hacer esto en un contexto donde la mayoría de las víctimas claman por justicia y no la tienen, y cuando todos los estudios demuestran que la inseguridad, el miedo a ser robado y asesinado en cualquier momento es la mayor de todas las preocupaciones que tienen los argentinos? ¿Puede bromear la Presidenta sobre estos asuntos, como lo hizo en la Bolsa de Comercio de Comercio de Buenos Aires, pidiendo por cadena, a los asistentes, que no se preocuparan porque no había convocado allí a ningún preso? ¿Puede confundir, como lo hizo el martes pasado, a un simpatizante apasionando con un barra brava, y confesar su admiración por este último, justo el día en que había elegido para habilitar un sistema de tarjetas que, en teoría, impediría ingresar a los estadios a los violentos y provocadores de siempre? ¿Pueden sostener, con semejante desparpajo, tanto Cristina Fernández como sus ministros, secretarios y legisladores que le responden que el problema es que Clarín miente y no que todos ellos se apropiaron del Estado como si fuera sus dueños, y que utilizan dinero de todos los argentinos para financiar y mantener a sus seguidores y también para atacar a quienes se atreven a criticarlos y denunciarlos?

¿Pueden cambiar todos los días las reglas de juego de la economía cotidiana sin avisar y así perjudicar a miles de jubilados que esperaban contar con su pensión en moneda extranjera, miles de argentinos que estaban a punto de firmar un boleto para la compra de un inmueble, y miles de pequeños, medianos y grandes empresarios que no pueden compran los insumos básicos para hacer funcionar sus negocios? ¿Se puede seguir protegiendo a un vicepresidente de la Nación y al encargado de recaudar impuestos  cuando aparecen complicados en una ayuda extraordinaria a una empresa cuya actividad depende casi exclusivamente del Estado? ¿Se puede seguir contando solamente la mitad de la película que habla de Argentina como el país con los mejores salarios de Latinoamérica y el más importante y constante crecimiento del PBI de la región y seguir sin nombrar a la palabra inflación, que ya sería, junto con la de Venezuela, la más alta y sostenida del planeta?

¿Puede la Presidenta hablar por cadena nacional hasta tres veces por semana, utilizar ese instrumento tan delicado para retar en público a un gobernador que no es su empleado, mezclar anécdotas personales con denuncias públicas contra un agente inmobiliario
que solo consideró que su actividad se había estancado e incorporar intervenciones chabacanas para dar a entender que es una militante más, y no la persona más poderosa de la Argentina? ¿Puede Cristina Fernández ahogar a los medios, las productoras y los periodistas a través del quite o la disminución de la publicidad oficial y a la vez financiar e inventar a otros medios propios que no tienen lectores, ni oyentes ni televidentes? ¿Puede a la vez, no responder preguntas de los periodistas, ni convocar a conferencias de prensa, ni dar entrevistas no condicionadas, con la excusa de que Ella se comunica con el pueblo “sin intermediarios”?.

Sí. Puede. Y lo hace. Sin ninguna necesidad de ocultarlo. Sin ningún remordimiento. Ayudada por la impotencia y la impericia de la oposición política, la justicia federal y los organismos de control que debieran limitarla. Por eso el país está patas para arriba. Y una buena parte de la sociedad lo sabe, lo acepta, lo aplaude, o siente que no lo puede impedir o prefiere pensar en otra cosa.

 

Publicado en El Cronista