(Columna publicada en Diario La Nación) Cuando se le pregunta a Mauricio Macri cómo le dan las encuestas, él responde, aparentemente despreocupado: "Estamos empatados". Habla de una paridad, por supuesto, con Cristina Kirchner. Ella, dicho sea de paso, ha logrado instalar, desde La Habana, con la ayuda de Eduardo Valdés -el hombre que hace las veces de su mayordomo político, en lugar de Oscar Parrilli- la desconcertante hipótesis de que quizá no compita, afectada por la supuesta persecución a su hija Florencia.

Al Presidente no le gusta hablar de números, pero afirma que la alternativa del medio todavía no repunta. Que al final reunirá un 20 por ciento de intención de voto si las estadísticas se proyectaran hacia agosto, cuando se celebren las PASO. Parece no registrar, o las encuestas que maneja todavía no registran, la flamante incorporación de Roberto Lavagna.

La intención de voto de Macri por un lado y de Cristina, por el otro, según la mesa chica de la Casa Rosada, llegaría incluso al 35 por ciento. Es decir: a pesar de todo, la extrema polarización se confirmaría una vez más. ¿De dónde saca semejantes cifras? De dos consultoras que no fueron contratadas por el gobierno, pero que para el Presidente son las que siempre le resultaron más confiables. Cuando el interlocutor le señala si no está preocupado, desde el punto de vista puramente electoral, por ese virtual empate, el jefe de Estado explica que no se siente incómodo con la situación. Reconoce que también recibe encuestas que lo muestran un poco más arriba que Cristina, pero que prefiere pensar y decir que están muy parejos. E incluso un poco más abajo.

"Siempre es mejor correr desde atrás cuando falta tanto para la fecha de la elección. El miedo a la derrota es un gran incentivo para trabajar el doble y no bajar los brazos", suele explicar, en una versión libre de lo que piensa su consultor, Jaime Durán Barba. Macri sabe también que el virtual empate genera incertidumbre, enloquece al insignificante mercado financiero argentino, mete presión en la economía y no lo descarta como componente en el alza de la inflación.

El Presidente niega, por supuesto, que desde Cambiemos se alimente la grieta. Dice que en el fondo ese parece más un grito de impotencia de los peronistas. De aquellos peronistas que quisieran que Cristina renunciara y les permitiera competir con más posibilidades. Argumenta que él no puede resolver la fragmentación del peronismo con un pase de magia y un decreto. Por cierto, piensa - igual que el jefe de gabinete, Marcos Peña- que a la oferta electoral la ordena la demanda del votante y no al revés. Es decir: que en el hipotético caso de que Cristina Kirchner se baje el peronismo no se va a unificar de manera automática. Lo explican así: las diferencias entre los seguidores de la expresidenta y los referentes del peronismo "sin prontuario" son tan profundas que no se van a poder disimular con ningún candidato de consenso.

Después de las dos últimas apariciones, la de su discurso en la última apertura de las sesiones ordinarias del congreso y la entrevista que concedió el domingo pasado, varios ministros le expresaron que prefieren al presidente enérgico. Al que se "le despierta al indio" en cambio del que practica el estilo zen. También le preguntaron por qué el Gobierno no pone sobre la mesa una decena de "gladiadores mediáticos" como él, con el objetivo no solo de instalar buenas noticias, sino de desmentir las falsas, que tanto daño le hacen al proyecto de Cambiemos.

El Presidente tiene una respuesta elaborada. Sostiene que la realidad es tan vertiginosa que todas las noticias, las buenas y las malas, se evaporan, o son tapadas por otras, en muy poco tiempo. Un ministro del gabinete nacional me contó que, después del discurso de apertura del año parlamentario, la imagen del presidente había subido unos puntos. Me explicó que había sido porque lo que había dominado la conversación pública durante esas horas fue la actitud del mandatario frente a los ataques de quienes no lo dejaban habar en paz. También me aclaró que el efecto duró demasiado poco. Que fue desplazado de inmediato por otra noticia de alto impacto: la del fallecimiento del padre del Presidente.

La teoría de que una información tapa la otra y que cada vez dura menos parece válida para toda la sociedad, menos para los seguidores de la secta cristinista. Ellos son capaces, por ejemplo, de sostener el caso de Santiago Maldonado durante semanas y semanas. O de mantener "viva" la operación contra el fiscal Carlos Stornelli durante días enteros. Veremos cuánto dura, por cierto, la noticia de la enfermedad de Florencia, el viaje de Cristina a Cuba y la instalación de la supuesta persecución política a su hija. Los estrategas electorales de Cambiemos, aunque reconocen la fuerza de voluntad de los muchachos de Cristina, afirman que los recursos de la expresidenta para recuperar centralidad cada vez son más desesperados, y duran menos.

En las encuestas que le acercan al Presidente y la volatilidad de la duración de las noticias se detecta un fenómeno que podría terminar definiendo el resultado de las elecciones de octubre. El fenómeno se podría entender así: hay mucho ruido, mucho cambio aparente, pero las cosas no se mueven tanto como parecen. El que maneje mejor la combinación de ambos componentes, al final, prevalecerá. ¿Y cómo se explicaría entonces, el impacto que generó la irrupción de Lavagna y de Marcelo Tinelli en el escenario político hablando de que tanto Mauricio como Cristina tenían el boleto picado? "Mucho ruido y pocos votos...por ahora", se ataja un encuestador que trabaja para el Gobierno y también para la oposición.

Es verdad, sostiene el consultor, que al agregar a Lavagna como posible candidato la intención de voto del espacio de Alternativa Federal creció entre tres y cuatro puntos. Pero aclara: "Todavía es muy temprano para concluir que su aparición en la cancha será determinante". Lavagna sí está logrando seducir a ciertos sectores de lo que el Gobierno denomina el "círculo rojo". Incluso logró correr de su aparente equidistancia y declamada imparcialidad al CEO de Perfil, Jorge Fontevecchia, quien apenas puede disimular su admiración y su deseo de que Lavagna se transforme en una especie de salvador de la patria, algo que el propio involucrado considera desmesurado. La realidad indica, por ahora, que el malhumor social crece día a día, como producto de la alta inflación, la suba de las tarifas, la volatilidad del dólar y la aparente pasividad del Gobierno, sintetizada en el grito desesperado del albañil que se acercó demasiado al Presidente y casi le suplicó: "¡Hagan algo, por favor!".

Cuando a Macri se le despierta el indio, sostienen los que lo conocen, sale lo mejor y lo peor de él, pero resulta ciertamente más auténtico. En Macri convive la persona que, al final, se muestra harto de ser acusado de no hacer lo mínimo, después del desgaste físico y mental que padeció el año pasado y que lo sigue aquejando ahora. Y también aparece el hijo que es capaz de admitir que si su padre estuviera vivo y en plenas facultades mentales quizá podría ser procesado en la causa de los cuadernos, porque participó del sistema extorsivo que le propuso el kirchnerismo.

Macri dice que el de Presidente es el peor trabajo que tuvo en su vida. ¿Para qué quiere la reelección, entonces? La respuesta, más allá del discurso, tiene dos componentes. Uno: está convencido de que lo que empezó mal y todavía no pudo corregir terminará bien. Y dos: esa idea lo mantiene más vivo que nunca, con la adrenalina más potente que un mortal pueda tener.