(Columna publicada en Diario La Nación)  No parece fácil comprender por qué Mauricio Macri podría ser reelegido a pesar de la innumerable cantidad y la envergadura de los errores que cometió su gobierno. Si nos remitiéramos a los números fríos, podríamos concluir que lo más lógico sería que fuera derrotado como consecuencia de las equivocaciones que acumuló.

Entre diciembre de 2015 y diciembre de 2018, la inflación creció casi un 160 por ciento, la pobreza superó el 33 por ciento, ingresaron al mundo de los desocupados más de 100.000 argentinos, la deuda externa creció 87.000 millones de dólares y la caída acumulada del PBI trepó al 3,6 por ciento. Además, el dólar subió más del 200 por ciento y las tarifas aumentaron muy por encima de la inflación. Más de 1500 por ciento en el caso de la luz, más del 500 por ciento la del agua y más de 700 por ciento la del gas.

La serie de equivocaciones se inició no bien asumió, cuando, por consejo de sus asesores, el Presidente optó por no poner en evidencia la bomba de tiempo que le había dejado en la administración su antecesora. El argumento era que de haberlo hecho el mundo no le habría prestado ni un dólar y la Argentina habría sido declarada en default. La verdad es que detrás de esa primera decisión errada hubo un exceso de optimismo y soberbia cuyo principal responsable fue el propio Macri. Desde el inicio de su mandato, surgieron las desafortunadas frases oficiales "el mejor equipo de toda la historia argentina" o la "lluvia de inversiones" que se produciría por la confianza que generaría el cambio de régimen. También se transmitió la aventurada idea de que bajar la inflación y al mismo tiempo combatir la pobreza era relativamente sencillo.

El año pasado, Macri recibió un curso acelerado de educación presidencial. Entre la sequía, el ruido alrededor de la economía mundial, el impacto negativo en el PBI de los cuadernos de la corrupción, los serios problemas de coordinación en el gabinete y los errores de política monetaria que terminaron con una devaluación récord y la mayor inflación anual desde 1991, el jefe del Estado ya no pronostica más buenas noticias. Ahora se contenta con repetir, en la intimidad, que no existe, en el país, una escuela de ministros. Y tampoco de presidentes. Que su trabajo es un duro ejercicio de prueba y error. Y no es nada placentero.

En el camino perdió más de 20 puntos de imagen positiva y por lo menos 10 de intención de voto. Sin embargo, lo que todavía no perdió es su núcleo duro de
adherentes, que supera el 30 por ciento del padrón y constituye la primera minoría electoral, apenas por encima de la que encabeza Cristina Kirchner. Esa es una primera respuesta a la pregunta de por qué podría ganar las presidenciales. Ese núcleo duro. Esos millones de argentinos que, a pesar de todo, están convencidos de que este es el camino. Que la eliminación del déficit es la solución más apropiada para ordenar la economía. Que se debe pagar por la energía lo que la energía vale. Y que sin reformas de fondo, como la previsional, la laboral y la que lleve a una baja de la presión impositiva, la Argentina no tendrá salida. Ellos se muestran hartos de la corrupción, el narcotráfico y la inseguridad. Rescatan el aumento de la cobertura de la asistencia social y el gasto de infraestructura para facilitar el acceso al agua potable y las cloacas. Para sorpresa de los analistas políticos clásicos, ese núcleo duro parece contar con muy buena memoria. Y trabaja, todos los días, a través de las redes sociales, para recordar no solo lo que hizo la expresidenta, sino también el verdadero papel que jugaron en los últimos 15 años la mayoría de los peronistas que hoy se quieren presentar como una alternativa de poder, incluido el exministro de Economía Roberto Lavagna.

El segundo hecho que justificaría la posibilidad de que Macri sea reelegido es la profunda fragmentación de la oposición. Porque a Cristina no le alcanza con los votos que tiene y todas las encuestas afirman que su techo ya no subirá. Porque ni Massa ni Juan Manuel Urtubey ni Pichetto y tampoco Lavagna aparecen -todavía- con capacidad de "robarle" votos a la expresidenta y pasar a la segunda vuelta. Y porque tampoco parece seguro que, en el hipotético caso de que Cristina se baje con objeto de "facilitar" el triunfo del peronismo, el postulante que la reemplace no sea visto como parte de un acuerdo espurio para garantizar la impunidad de la expresidenta.

A los haraganes del pensamiento les gusta repetir que la culpa de todo la tiene la grieta, pero la verdad es que desde que asumió Macri hasta ahora en todas las encuestas aparece el mismo dato: más del 60 por ciento de los argentinos no quieren volver al pasado. Es verdad que desde las últimas elecciones legislativas, de octubre de 2017, el descontento hacia a Macri y el Gobierno aumentó considerablemente. Sin embargo, en las preguntas cualitativas que hacen todas las encuestadoras serias, todavía el Presidente se sigue viendo como el presente y ningún otro peronista está vinculado a la imagen de un futuro posible. Además, más del 60 por ciento de los consultados vinculan al kirchnerismo con las figuras de peor imagen de la Argentina, como Luis D'Elía, Amado Boudou, José López, Julio De Vido y Hebe de Bonafini. También los asocian a hechos como la tragedia de Once, "la ruta del dinero K", los cuadernos de la corrupción y los delitos de Milagro Sala. Pero además relacionan al peronismo con dirigentes de altísimo rechazo social, como Hugo Moyano y Daniel Scioli, quienes gozaron de enormes cuotas de poder e impunidad y hoy están siendo investigados por la Justicia.

El tercer elemento que explicaría por qué Macri puede ser reelegido es que, a pesar de los cortocircuitos, dirigentes como Elisa Carrió, Graciela Ocaña y figuras del radicalismo como Ernesto Sanz, Gerardo Morales y Mario Negri aportan a Cambiemos la idea de que se trata de un gobierno "más normal" y que no arrastra graves casos de corrupción. La verdadera postura del oficialismo en la causa de los aportantes truchos de campaña junto con otras que ponen bajo sospecha a dirigentes de segunda línea, incluida la diputada nacional Aída Ayala, será clave para comprobar si la coalición de gobierno representa o no la contracara del kirchnerismo corrupto.

El 26 de febrero, en el marco del juicio oral por las obras de Vialidad que Néstor Kirchner y su sucesora le otorgaron de manera ilegal a la empresa Austral, Cristina Kirchner y Lázaro Báez aparecerán por primera vez juntos en una foto pública y en el banquillo de los acusados. Un periodista que se la pasa vaticinando resultados que luego no suceden sostiene que la jefa de Unidad Ciudadana va a terminar convirtiendo esa foto en el lanzamiento de su campaña electoral. Pero la victimización de los dirigentes políticos acusados de graves hechos de corrupción jamás ha servido para ganar elecciones. Y menos para evitar la cárcel.

Un peronista de Cambiemos cree que Macri terminará de consolidar su liderazgo durante su eventual segundo mandato. Porque pasará a la historia como el hombre que derrotó a la dirigente peronista más importante de los últimos años. Y porque está seguro de que durante 2020 Cristina Fernández ingresará a prisión. Las noticias del verano parecen jugar a favor de la reelección. El DNU para la extinción de dominio, la gravísima crisis de Venezuela y las últimas novedades sobre los cuadernos de la corrupción son cuestiones que favorecen la fragmentación de la oposición y potencian, de manera simbólica, al oficialismo. Macri está seguro de que obtendrá un segundo mandato. Tan seguro que se dio el lujo de rechazar la posibilidad de desdoblar la elección de la provincia con la nacional.