(Columna presentada en Radio Berlín y publicada en Infobae) Muchos dirigentes políticos y algunos pocos colegas mezquinos y de visión demasiado estrecha consideran mis denuncias contra el sindicalista Hugo Moyano como un problema personal. Como si fuera una guerra de egos, y no un problema social.

El paro salvaje de ayer, que dejó varados en Aeroparque y otros aeropuertos del país a más de 30 mil pasajeros que debían tomar 258 vuelos, debería llamarlos a la reflexión: hacerlos recapacitar sobre la gravedad que implica la existencia de un dirigente gremial con un poder, superior, en algunos casos, al del propio Presidente y el Parlamento.

El paro salvaje e ilegal de ayer tenía la excusa casi perfecta: la convocatoria a asambleas para reclamar la apertura de las paritarias. Pero se trató de un argumento formal, cuya motivación fue muy distinta:enviarle un mensaje al gobierno y a los jueces. Hacerles entender que mientras siguen interesados en investigar al clan Moyano deberán asumir el parte de la responsabilidad y el costo que implica detener parte de la maquinaria de la producción y el trabajo del país.

La cara visible de este paro desproporcionado es Pablo Biró, secretario general de la Asociación de Pilotos (APLA), pero detrás de la movida está, por supuesto, Hugo Moyano. No solo lo denunció ayer el responsable de la comunicación de Aerolíneas Argentinas, Marcelo Cantón, sino que también lo admiten fuentes gremiales que participaron de la medida de fuerza.

 

El problema de tener y temer a un Moyano en la Argentina no es anecdótico. No se trata de un pensamiento gorila contra otro que defiende el derecho de los trabajadores y que quiere eliminar a sus representantes más idóneos.

El ex presidente Néstor Kirchner se equivocó. Para neutralizarlo, lo engordó hasta transformarlo casi en invulnerable. Le regaló la llave maestra para transformar a un gremio de 40 mil afiliados en otro de más de 200 mil, con preeminencia e influencia sobre muchos otros sindicatos, y convalidando prácticas extorsivas y mafiosas. Antes de su muerte, Cristina Fernández, entonces presidenta, su esposa, se lo hizo notar e incluso lo intentó neutralizar, pero ya era tarde.

Los delitos que se le adjudican a Moyano y parte de su familia son los mismos, o muy parecidos, a los que metieron en la cárcel a Juan Pablo "Pata" Medina, Marcelo Balcedo y Omar "Caballo" Suárez. ¿Por qué entonces sigue en libertad y tan campante, amenazando a quienes lo investigamos?

Los que aspiran a competir por la presidencia deberían expedirse con claridad sobre qué piensan y que tienen pensado hacer con el problema Moyano. Decenas de fiscales y jueces que debían investigarlo, procesarlo y dictaminar una condena se apartaron, por miedo o a cambio de otras contraprestaciones. La mayoría de la sociedad ya comprendió quién es, cómo funciona y cuán dañino es el poder de extorsión del Hombre del Camión.

El silencio, la condescendencia o la complicidad con Moyano se debería pagar con votos. No se trata de un problema personal. Se trata de un problema de la Argentina. De todos los argentinos.