(Columna presentada en Radio Berlín y publicada en Infobae) Al Gobierno solo lo sostiene la alianza, por ahora indestructible, del presidente Mauricio Macri y sus incondicionales de PRO con la diputada nacional Elisa Carrió. También el enorme rechazo del 70 por ciento de la población a la figura de Cristina Fernández, la presunta jefa de una banda dedicada a robar plata negra del Estado mientras activaba la bomba de tiempo que terminó explotando dos años y medio después, con el dólar a 40 pesos.

Parado una vez más en el centro del ring, con múltiples errores propios sobre las espaldas, Macri ya entendió que cuando las papas queman no podrá contar ni con los principales dirigentes radicales, ni con el peronismo denominado racional, ni con parte del ala política de Cambiemos.

Sus incondicionales son y seguirán siendo, mientras se prolongue la crisis, además de Carrió, Marcos Peña, María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta y quienes se metieron en política con Macri y, eventualmente, se irán con él, como Guillermo Dietrich, Andrés Ibarra, Esteban Bullrich, Fernando de Andreis y otros. Tampoco lo abandonarán dirigentes como la ministra Patricia Bullrich, Gabriela Michetti, Carolina Stanley y Hernán Lombardi.

Es importante comprender esto cuanto antes. Y para eso es más relevante todavía comprender lo que dijeron ayer, por un lado el Presidente, y por el otro Carrió. Cada uno con su respectivo estilo. El jefe de Estado deslizó: "Estoy del lado de aquellos que son capaces de dar la vida por ustedes". Y la diputada repitió, palabra más, palabra menos:"De la Casa Rosada, a Mauricio y a mí solo nos van a sacar muertos".

Detrás de las mil hipótesis de por qué el Presidente no usa de fusible a Marcos Peña, y de las idas y vueltas alrededor del ingreso frustrado al gabinete Ernesto Sanz, Alfonso Prat-Gay y Martín Lousteau, hay una sospecha inquietante. Parte de la cúpula de la UCR quería "tomar" la Casa Rosada, desembarazarse del actual jefe de gabinete y marcar el ritmo político de la administración y de las próximas elecciones presidenciales.

La jugada, abortada a último momento por el jefe de Estado y la propia Carrió, pone en evidencia la aparente soledad del Presidente y la mezquindad política y la especulación individual de sus socios radicales.

En el medio de las febriles negociaciones, Macri llegó a comprender, de manera cabal, que, como en el ajedrez, si entregaba a la Reina, pronto vendrían por el Rey. Su juego político es cada vez más estrecho.

Sin embargo, y paradójicamente, el núcleo duro de sus votantes parece estar comprendiendo que el jefe de Estado necesita más apoyo que nunca. Y mientras va perdiendo por desgaste la enorme adhesión con la que contaba después de ganar las últimas elecciones legislativas, sigue manteniendo el voto de un 35 por ciento del electorado.

La cuestión ahora es cómo llegará a octubre del año que viene. Y si esta crisis será la última, o el principio de una sucesión que afecte su liderazgo todavía más.