(Columna presentada en Radio Berlín y publicada en Infobae) Aviso imprescindible para lectores desprevenidos: esta columna no tiene ningún tipo de argumentación lógica. Ni pretensión de objetividad. Es puro deseo. Es una especie de rezo laico para que mañana el seleccionado argentino le gane a Francia, y sigamos soñando con el Mundial.

No te asustés. Voy a tratar de evitar cualquier "argentinada". No le voy a pedir a Leo Messi que traiga la copa.

Estoy tan movilizado como vos y como millones de millones de argentinos, pero así y todo me doy cuenta que es mortal, y además no quiero cargar más peso a su gigantesca mochila.

Sí voy a pasar por alto, exprofeso, la serie de calamidades organizativas, administrativas y puramente futbolísticas que nos llevaron hasta aquí, a los tumbos. Y voy a dejar para después del partido el análisis sobre los carroñeros que se montan del supuesto deseo de la gente para decir y hacer cualquier cosa.


Ahora quiero concentrarme en la posible "alineación". No del equipo, sino de los planetas. Es decir: la serie de circunstancias que nos podrían acercar a la final.

Sí, ya sé que los franceses tienen un promedio de edad de poco más de 20 años y nosotros de poco menos de 30, ya me lo explicaron mil veces. Que ahora los partidos van a ser cada vez más físicos y quizá no estemos tan bien preparados en ese sentido es algo que puedo deducir.

¿Pero estuviste leyendo un poco de prensa francesa? Si me apurás, casi están poniendo a su técnico, Didier Deschamps, en el lugar de Jorge Sampaoli. Le achacan haber realizado demasiados cambios tácticos. Y si te detenés a leer la letra chica, parece que los dos marcadores de punta son bien flojitos, y que por ahí le podríamos entrar.

Al contrario: Argentina pareció agotar todos los récords de ruido mediático, y ahora la concentración parece una misa.

De repente, algunos de los colegas que pedían un minuto de silencio y los que especularon simbólicamente con una derrota temprana se volvieron muy prudentes, para que no los colgaran del cuello en la plaza pública de las redes sociales.

Si me preguntás a mí, yo prefiero pensar que para este tipo de partidos son mejores, en general, los jugadores que tienen varias batallas encima. Incluso más batallas perdidas, porque el miedo escénico ya lo deberían tener controlado.

Si me preguntás de nuevo, me gusta imaginarme a Leo muy liviano, despojado de la mala energía que lo envolvió hasta hace un ratito, para dirigirse derecho al sueño de toda su vida adulta. Al único pendiente que le queda para que la gilada le deje de pasar una factura que, por supuesto, ni siquiera mañana tiene la obligación de pagar.

Y después, todos los ojalás del mundo.

Ojalá que el Pipita la emboque de una vez. Que Franco Armani, si es necesario, se convierta en héroe. Que Ever la descosa, como contra Nigeria. Que Angelito se reconcilie consigo mismo. Que Masche juegue el mejor partido de su vida y que en lo posible no haga más un foul ni dentro ni fuera del área. Y que entren el Kun y Pavón si fuera necesario y que emboquen uno por cabeza o que ayuden a sus compañeros a meterla adentro.

Ojo, que el "negro" Mercado todavía no mojó. Y si Enzo Pérez se recupera en las últimas horas también podría jugar el partido de su vida. ¿Y si Otamendi, al final, la mete de cabeza? ¿Y si a la Pulga le toca patear un par de tiros libres y moja con uno? ¿Y si de repente Leo tiene revancha de penal y le pega fuerte, al medio, y mete a la pelota adentro, con arquero y todo?

Sí, claro, ya sé que soy periodista. Que debería ser más equilibrado. Que de fútbol entiendo menos todavía que de economía y de política. Pero déjame tomarme una licencia.

Faltan 24 horas para el partido, la cabeza me sigue dando vueltas. Y el corazón se me sale del pecho. ¿A vos no?